La estafa maestra (explicada paso a paso)
Prólogo
Esto parece burla. Es como si anualmente regresara a explicar mis ganas por volver a escribir en este blog que parece durazno pachiche en el frutero y cómo ahora sí habrá constancia y seriedad para redactar con detalle todas las ridiculeces que suceden en mi vida, para que a la mera hora este espacio del internet esté más muerto que mi vida sexual.
Obviamente, the joke is on me porque siempre postergo esto y después ando lloriqueando por los rincones con que "¡ay, pero yo que escribía tan bonito y ahora no me sale!" o "es que siento que ya perdí la pasión por escribir y ¡ya mejor me dedico a vender cocos en la playa, ALV!", porque se me podrán quitar mil cosas, menos lo pendeja: si por lo menos me pusiera a practicar de vez en cuando, no estaría en esta posición.
Así que, como ofrenda de paz hacia mí y para quien de vez en cuando lee esto, les traigo una historia de calidad, como las de otrora. Siéntense, agarren palomitas y disfruten de mi imán de papanatas e incongruencias.
La estafa maestra
Parte I
En mi último año de universidad, empecé una relación con una persona que, a grandes rasgos, se sentía adecuada para la situación en ese momento (la verdad no, pero era joven e ingenua y me aventé de todos modos).
Como cualquier pareja de par de pendejos que no saben qué quieren de la vida, llevábamos una relación "normal" en la cual era usual hacernos regalos sin motivos específicos.
Generalmente, cuando compras regalos para alguien, lo haces pensando en lo que le gusta a la otra persona. Bueno, pues en el caso de él, siempre era pensando en lo que quería que trajera puesto, valiéndole 5 hectáreas de pito que yo no use ciertos accesorios por comodidad o cualquiera que sea la razón.
Durante un viaje que él hizo a Taxco (o pasó por ahí... honestamente, no puse atención y ya olvidé esa parte de la conversación), me compró unas pulseras semanario (por si usted, despistado lector, no sabe qué son, aquí la respuesta) para que las usara todos los días.
Si nuestra relación hubiese sido funcional, sensata y honesta, él hubiera sabido que no uso pulseras y tampoco me hubiera dicho varias veces que "le costaron carísimas de París". Yo, por otro lado, debí haber rechazado el regalo amablemente, pero lo acepté y no las usé, salvo para comprobar que me quedaban como hula hoop.
Conforme el tiempo fue avanzando y la relación fue sacando sus verdaderos colores, los reclamos de "nunca usas lo que te regalo" eran motivo suficiente para iniciar peleas. Yo explicaba por qué no, él se indignaba, yo me hartaba, explotaba todo. Muy kermoso y salud mental al 100.
Parte II
Cuando finalmente se terminó todo (aparte de bailar como irlandés borracho y festejar con sexo salvaje y meaningless con one-night stands, como dicta la Constitución), me mudé a mi propio departamento para empezar una nueva vida sin un lastre.
En ese momento, empaqué todo indiscriminadamente y decidí que lo más sensato era acomodar las cosas en mi nuevo departamento, mientras tiraba lo que no me servía. Todo iba de maravilla hasta que llegué a las pulseras: la neta, sí, snapped total, pero por las razones adecuadas.
Durante la relación, el señor en cuestión volaba gratis en este hermoso jet llamado Pardo. Como él no tenía trabajo y se negaba a buscar uno, literalmente era dueño de mis quincenas. ¡Y ahí fue el snap! "Es momento de que este cabrón me pague lo que me gasté en sus salidas", pensé para mis adentros.
Así que comenzó el plan para venderlas, pero simplemente estuve procrastinando y de nuevo pasaron los años. Las pulseras seguían guardadas en un cajón que, cada que abría, veía y me prometía hacer lo que debía. No pasó hasta mucho después.
Parte III
Después de más de 3 años en mi departamento, llegué a un punto en el que hice limpieza profunda de mi clóset. ¡Por fin salieron las pinches pulseras! Así que me dispuse a llevarlas a un local de compra de oro y plata que encontré en el súper al que generalmente iba.
Llegué muy estoica al lugar y me atendió una señora que, amablemente, me preguntó por qué quería vender las pulseras si están muy bonitas. Le contesté que habían sido un regalo que nunca me gustó y no quería conservarlas o regalárselas a alguien más porque es de mal gusto.
"Ni modo, hagamos las pruebas necesarias para determinar la autenticidad de la plata y así saber cuánto te puedo dar por ellas", me explicó. Y así empezó el nuevo calvario: de acuerdo con las pruebas, las pulseras tenían una base de cobre con un baño de plata. ¡BARATIJAS COMO SU COCHINO AMOR RANCIO!
Me molestó muchísimo y pregunté cuánto me daría por ellas, a lo que respondió "honestamente, solo puedo darte $3.00 pesos porque no valen nada. El baño de plata ni siquiera es tan grueso como para que valga algo".
"Pero Pardo, ¿cómo estás segura que la señora no te estaba viendo la cara?". Recordemos los hechos: el fulano en cuestión era una sanguijuela sin oficio ni beneficio, no tenía dinero para comprar unas pulseras "carísimas de París"; si fue lo bastante tonto para pensar que eran caras porque eran auténticas, fue lo suficiente bruto para pensar que yo no me daría cuenta algún día.
Al final de mi ranteo mental y de maldecir en mi cabeza hasta que la cara se me puso roja, decidí aceptar los $3.00 míseros pesos que me dieron por deshacerme de una baratija que estuve cargando por años, pero, al igual que cuando terminé la relación con este señor, sentí que me quité un peso de encima.
Mis $3.00 pagaron el estacionamiento ese día y ahora sí no queda nada que me ate a una relación que fue tan tóxica como Chernobyl. Salí de hacer mis compras, me subí a mi auto y sentí total libertad de nuevo.
¿La moraleja? Evítense todo este desmadre desde un principio: si ven banderas rojas todo el tiempo mientras están saliendo y conociendo a la otra persona, corran como el viento. ¡Huyan! ¡Sálvense ustedes! No se conformen con menos de lo que merecen solo porque no quieren estar solos. Sí, la otra persona se sentirá mal, pero es mejor que sea al principio que durante 3 años y medio de relación.
Ya otro día les contaré como, después de vender las pulseras, pasé al súper a hacer un #lady porque encontré una cucaracha embalsamada en un pan danés que compré ahí y, cómo estoicamente, recuperé dinero después de que el gerente de la tienda me ofreciera hasta las perlas de la virgen para no demandar.
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